domingo, 19 de abril de 2015


Me gusta tu cara de enferma lo delgado de tus brazos
La nariz moquienta y las quemaduras de coca.

Me gusta el morado de tus ojos y la quebradura de tus dientes
Enloquezco con los labios secos y el olor a marihuana.

Agradezco poder ver lo mucho que asemejas una calavera 
fría  y pasante , blanca de calcio .

Me excita como tiemblas y los ojos de inocencia
como la traquea perforada te silba al respirar.

sábado, 18 de abril de 2015

Yaaxché

A pesar de sus temores no podía detener la marcha, a pesar de lo mucho que su corazón agitado deseaba no podía detenerse, corría con una agilidad desdichada y forzosa a través de la mojada alfombra verde, que cubría aquel pasadizo de rayos provenientes del atardecer lejano y que esforzados tocaban el suelo.

Algunos árboles descarados le tendían trampas a lo largo de su ya muy difícil camino, árboles que no le permitirían continuar, le sujetarían de ambos brazos si pudieran , mas no pueden , y se conforman con golpear sus delgados y sucios dedos.

La selva se cerraba amenazante sobre él, y todo lo que entendía de sí mismo y su manera de pensar yacía  abandonado muchísimos jadeos atrás, ahora era el, solo, desnudo entre las hojas de mil plantas.

Sentía el frio de las primeras horas de la noche arremolinarse en su pecho jadeante y agitado. El susurro de la selva le acariciaba la cara, lo besaba y le gemía placeres sencillos buscado su rendición, millones de gotas azotaban una a una en ataques suicidas su pecho, más su decisión de galopar nada la frenaría, seguiría corriendo por horas, ningún placer simple lo detendría, había vomitado sus limitaciones mucho tiempo atrás.

Se sostenía solo de su actitud, su actitud de querer amar, con su actitud y una rama suelta enterró el temor, el odio y el orgullo, en el mismo lugar donde su espíritu asumió el reto de volver a las mismas raíces del árbol del pensamiento humano, esas raíces que esperaban mohosas la llegada del que cambiaría con palabras simples y dulces el resto de aquel astro verde

Las hojas del Yaaxché  siempre estaban expectantes de aquel que las besara y susurrara la promesa de amor, amor fiel único y desinteresado, alguien que olvidara lo suficiente su mundo, alguien que sintiera un amor como nunca antes nadie sintió. 

Él era ese alguien, alguien que no temió ignorar la realidad de su tiempo, ignorar su galaxia entera, convertir  el amor en su universo y sus caderas en su mundo, alguien que formara constelaciones con sus poros y esculturas con su piel, que se acercara lo suficiente para mirar dentro de su galaxia y se acunara en el amor de su sol. 

El sabia, lo sentía, en su interior, los 13 cielos del árbol ceiba lo llamaban, le susurraban el nombre de su galaxia y la promesa de su piel eternamente.

El recuerdo de la sonrisa comprometida de la primera vez, el escalofrió en su espalda y la sensación de su lengua en órbita con sus pezones lo volvía más ágil, más eterno.


Su tarea no era sencilla conspiraban en su contra, los poderes terrenales, la gran orquesta salvaje, atacaba sus sentidos con su más terrorífica opera de media noche, la luna, rencorosa, no le regalaba  su luz  y se escondía bajo su velo de diosa orgullosa, las hojas se cerraban y mordían su rostro dejando heridas insignificantes, miles de amenazas rasgaban su piel como su espíritu.
Jamás se detendría tenía que llegar, debía saltar de una en una en todas las hojas para terminar levitando hasta las raíces del gran ceiba, y susurrar a aquel musgo milenario, lo mucho que la amaría si tan solo le permitía una oportunidad. Actitud y amor definían el motivo de su sonrisa, su sonrisa que brillaba con fuerza entre aquella oscuridad decrepita.
Cuando menos lo esperaba y se acostumbraba a la idea de huir de su espalda infinitamente, en el momento en que posiblemente dudo, en ese instante frente a sus enfermos ojos se dibujó la figura que definía la gracia y belleza.

Rodeado de lágrimas sagradas y  en hermosa comunión lo noto gigante, esplendido, volvió en si como humano, tan solo para contemplar su belleza, la antigüedad de su rugosa piel, y los miles de secretos que habían hecho de aquellos pliegues su discreto hogar.

Las orquestas que antes cantaron con terror, entonaban ecos y saludos al amanecer, el incienso natural  coronaba a aquella ceiba como astro redentor, aquel dios que no resucito, porque nunca murió y su corona de soles crispados, era un símbolo más del amor de aquel mortal.

Su avance lo disparo a sentir poco a poco el dolor de sus heridas y su condición humana, no le importo lo suficiente, entro en las aguas de lágrimas suplicando el perdón de sus creadores, lágrimas de dioses mortales y sus falsos sacrificios, lagrimas del niño, el caracol, la rana y cualquiera que suspirara con la imagen de su último momento.

Camino entre aquellas doradas aguas hasta que su mano pudo acariciar  una ínfima porción de aquella cobertura virgen. Cerró los ojos y sin pensarlo dejo que aquel sabio dios del bosque lo guiara en un viaje por cada uno de los 13 cielos.

Se entregó todo humildad, todo disposición. Saltando de uno en uno, como rana o como fruto caído, fue desde ave hasta serpiente, conoció el odio y lo rechazo, se movió y gimió, nació como huevo y de vientre, aprendió a volar y cantar, vivió como mujer, como hombre, fue hoja y ninfa, contemplo el mundo desde los millones de ojos de aquel ceiba y para  cuando una ínfima, diminuta y delgada  porción de realidad universal toco de su alma el rincón más pequeño, despertó, despertó de un sueño en que no recordaba haber soñado.

Abrazo aquel enorme árbol, que en silencio total enseño más que miles de años de historia humana. 

Alegre y cantando  susurro con sus labios en la madera húmeda y milenaria, una plegaria que el dios de la corona crispada no pudo ignorar.
-Déjame amarle, deja que miremos el mundo con un solo par de ojos, deja que nuestro amor cambie el mundo, que le simpleza reine en nuestro corazón para dos, que su piel morena, no me abandone nunca, déjame escribirle miles de poemas, caminar entre robles  y gritar.

Déjame vivir eternos meses a su lado, deja que callemos al mar con un susurro de amor, deja que apaguemos siglos de maquina innecesaria y el verde explote una vez más.

El color de sus ojos será mi resguardo contra el mal, mi religión, y mi universo entero, déjame decirle lo que vi, déjame tocar el aire a su alrededor, déjame ser pastor de estrellas, ordenarlas, encenderlas, que su brillo queme el mal, déjame amarla, tan solo sentir su olor, la amare como nunca antes lo hice, ni los falsos profetas ni los verdaderos.


Que en el crepúsculo de nuestra vida nos vayamos del mundo con una sonrisa  y volvamos a ti o gran ceiba, desnudos como la primera de muchas hojas dobles de un solo corazón.

Manzanastido

Escribir de muertos nunca a sido fácil no , mas cuando sobra la cordura.

Como el asesino sigiloso se acerca a su ciudad 
Viví y viviré días sin gracia,carentes de sentido.
Días en los que muere una ciudad.
Brumosos y dorados .
Maravillosos en su inmenso aburrimiento.
Días en los que vivir duele
Y la respiración nos arrebata un trozo de alma.

Yo escribo de muertos no de vivos
De su codicia por el aire y la esperanza de la luz
Sus secretos ,que son ahora muy míos,
No me los confían,los invento.
Y entre bailes de vísceras y huesos
No volveré a despertar.