lunes, 29 de enero de 2018

Cuando recojo el agua con las manos, una gran cantidad se me escapa por las heridas de puñal en ambas palmas, mi visión se desenfoca y aunque morir y llorar al mismo tiempo sea imposible, siento que lo logro, en el mismo espacio diminuto, al mismo calor vastamente conocido.


El fuego reacciona de manera interesante sobre mi piel, se esperaría que se inflara, estallara y se derritiera, que me doliera seria lo común, gemir y sufrir, en ese orden. Pero mi piel ya no es mi piel y el fuego me rechaza en confabulación con los regentes de mi consciencia.


Por frío

Por seco

Por ese bostezo permanente en el que me he convertido.


Aunque no lo sabía, y no lo sabría hasta mucho tiempo después, quemarme ha sido una reacción instintiva, un deseo por conocerme, por saciar esa curiosidad. ¿Cuál es mi sabor, mi gusto? ¿Cuál es mi olor cuando lloro? ¿Disfrutaba estar cara al sol o sólo me gustaba sentir el picor de su luz? ¿Estaré eternamente anestesiado? Tal vez me caí algún momento en una cama de agujas dormilonas que me punzaron,  penetraron con un líquido de desidia que sustituye mi sangre y bloquea mis glándulas emocionales.

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