viernes, 12 de enero de 2018

Troglodytidae

Yo me he estado esforzando a diario por enseñar a una bandada de soterrey silbadores a cantar a la mañana esas canciones que te gustan.

Estos silbadores han decidido que te gusta más la noche, el frío de la ciudad soplando entre tu pelo.

Dicen que es la razón para  esa preciosa mirada felina y una sonrisa tan real como los mordiscos que nunca me dejaron cicatriz.

Me intriga saber si fue acaso la infinita rudeza del mar o la sensación de papel de lija de tu labio inferior, lo que cambio mi manera de ver los días.

Ahora cuando amanece, saboreo una  naranjilla silvestre con su ácido y poca voluntad de ser comida , cuando amanece te veo, los ojos de cartón, los labios secos y la sonrisa cansada, sin lamentaciones y completamente altanera. Se me traslapan los latidos.

A la tarde te visito sentada sobre el atardecer, bajo tus pies, yo, y en mi la sonrisa de quien se siente pequeño.

Y cuando la noche nace, cuando ya no se  por donde ir, me dejo guiar por la profundidad de tus ojos serios y la contradicción de tu risa, por el palpitar a destiempo de mi corazón al sentir en mi cara tus manos.

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